sábado, 28 de febrero de 2009

¡Flor se llamaba: flor era ella!

Juan Antonio Pérez Bonalde

(Caracas, Venezuela, 30 de enero de 1846 - La Guaira, 4 de octubre de 1892)

Poeta venezolano considerado por la crítica como el máximo exponente de la poesía lírica del país, del romanticismo y uno de los precursores del modernismo.
En 1879 contrae matrimonio con la norteamericana Amanda Schoonmaker, que le dará una hija, Flor, a pesar de no ser una pareja especialmente feliz, Pérez Bonalde se centrará en su hija. Es tanta la alegría que ese mismo año publica su segundo libro de poesías originales: Ritmos, conjunto de 35 poemas, en donde aparece El canto al Niágara una de sus más celebradas composiciones. En 1883 muere su hija Flor en forma inesperada. Conmovido por ese inmeso dolor escribe el poema Flor y además el poema Gloria in Excelsis.


Flor


Flor se llamaba: flor era ella,
flor de los valles en una palma,
flor de los cielos en una estrella,
flor de mi vida, flor de mi alma.

Era más suave que blando aroma;
era más pura que albor de luna,
y más amante que una paloma,
y más querida que la fortuna.

Eran sus ojos luz de mi idea;
su frente, lecho de mis amores;
sus besos eran dulzura hiblea,
y sus brazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena,
y sus abrazos, collar de flores.

Era al dormirse tarde serena;
al despertarse, rayo del alba;
cuando lloraba, limbo de pena
cuando reía, cielo que salva.

Gloria in Excelsis


¡Ábrase el cielo!
¡Desgájese la gloria en rayos de oro
sobre mi frente..., y desdeñosa, altiva,
de su mal sin consuelo
al celestial tesoro
el alma mía cerrará su puerta;
que ni aquí ni allá arriba,
en la región abierta
de la infinita bóveda estrellada,
nada hay más grande, nada
más grande que el amor de mi hija viva,
¡más grande que el dolor de mi hija muerta!


J. A. Pérez Bonalde

viernes, 20 de febrero de 2009

El general y las leyes de la dialéctica



Simón Alberto Consalvi

La esposa del general estaba perdiendo la paciencia porque su marido se había puesto de un humor de perros. Con tal de que lo dejaran solo, resolvió que sus hijos se fueran al cine todas las noches y que su mujer gastara lo que quisiera en el casino.

El general andaba con un cuaderno para arriba y para abajo, escribía una y otra vez aquellos textos que copiaba con obstinación y trataba, finalmente, de memorizar para ver si de esa manera abría el túnel del entendimiento. ¡Nada! Se iba la luna, llegaba el sol, llovía y escampaba, y él dándole vueltas de adelante para atrás y de atrás para adelante a las páginas de aquel cuaderno ya sudado y maltrecho, cuya lectura lo confinaba a los asedios de la impaciencia.

La esposa del general hizo esfuerzos por entender la crisis de su marido. No le gustaba el juego, le molestaban las mujeres sin oficio que pululaban en el casino, pero era una manera de no estar en la casa y dejar solo al general. Trataba de persuadir a sus hijos y de persuadirse ella de que él tenía entre manos un complejo plan de defensa (o de ataque) estratégico, y comprendía que aquello debía ser de tal calibre que requería largas meditaciones y endemoniados cálculos.

La señora pensó que a su marido le asistía la razón. Nadie podría sospechar que estuviera descifrando crucigramas o consultando horóscopos, algo que hacía los domingos, pero sin misterio alguno y más bien en tono jocoso. No abría los periódicos para otra cosa, la verdad sea dicha, sabemos que abunda gente muy seria que se guía por los astros. Tampoco es un secreto que los militares frecuenten a los quirománticos o a esas señoras extrañas de turbante y colilla de cigarrillo en los labios que, con una simple lectura de las líneas de la mano, les predicen sus ascensos.

La prolongación de aquellos obstinados silencios, la creciente nerviosidad del general, el endemoniado humor que lo iba alejando de casi todo el mundo, hicieron que una tarde que se demoró en el ministerio la señora no resistiera la tentación y se atreviera a abrir el misterioso cuaderno. ¡Cuál no sería su sorpresa! Sorpresa y alegría al mismo tiempo; alegría porque quedaba descartada la sospecha de que (sin previo aviso) el marido partiera para esa "guerra asimétrica" de que ella tanto oía hablar sin entender un pito. La fiel señora no disimuló su sorpresa ni se cuidó de reír tan bulliciosamente que alarmó a los hijos y se vio en aprietos para ocultarles la razón del estrépito.
Vuelta la disimulada calma, discretamente se llevó el cuaderno a la alcoba y leyó: "Tratado de materialismo dialéctico para principiantes". Mucho le llamó la atención que el general copiara varias veces el mismo texto, como si quisiera aprendérselo de memoria, sin perder palabra. Leyó: "El materialismo dialéctico, cuya formulación se debe a Marx y Engels, se considera como la refutación filosófica al idealismo de Hegel, es decir, la crítica del idealismo y, como tal, referencia conceptual del materialismo histórico, que sería la expresión propiamente científica del pensamiento de Marx y Engels".
La señora reconoció que su marido tenía razón en andar tan de malas pulgas. Hasta la gramática era complicada. Pensó: ¡Cómo es posible que mi marido se quiebre la cabeza con estas extrañas filosofías! Dio vuelta a la página y leyó en la letra firme del marido: "Tengo que leer el Anti-Dühring". Aquello parecía una sentencia más que el registro de un deber. ¿Qué cosa era esa? Vio otra nota que decía: "Sábado, 5:00 pm. Cita con Marta". Aquí se alteró. ¡Carajo, una mujer! Avanzó en su curiosidad conyugal. En las páginas siguientes leyó: "Las leyes de la dialéctica.

1­Ley de la unidad y lucha de contrarios.

2­Ley de transición de la cantidad a la cualidad.

3­Ley de negación de la negación". -

-Imagino que esto no es un juego, pero si las cosas siguen por donde van, me voy a quedar sin marido y mi marido sin juicio. Tomó la resolución de confesarle que (sin ánimo malsano) había abierto el cuaderno y caído en la tentación de leer aquello que lo tenía de tan mal humor. Se armó de valor y le dijo: --Con que esas tenemos, hay por ahí una Marta. ¿De dónde has sacado meterte en este berenjenal dialéctico, tú que nunca abriste un libro y ahora quieres ser filósofo? El general se desconcertó. No supo cómo explicar el laberinto en que estaba, y apenas balbuceó: "Ella es mi profesora". Confuso, prometió: --Mejor pido la baja. Me pueden romper la cabeza, pero eso de "negación de la negación", me suena a mamadera de gallo.

¡Qué hago yo con tantos soles si no entiendo estas reglas de la dialéctica! --Leyes, no reglas ­corrigió la señora, encantada de rescatar al marido de los graves peligros a que lo había condenado el jefe de la revolución.

jueves, 12 de febrero de 2009

La adoración perpetua



Luis Ugalde

Jueves, 12 de febrero de 2009“

En realidad lo que quiere es que la República se identifique con él de tal forma que nadie pueda diferenciarlos. El pasado no existe. El presente y el porvenir están en él”.( Ramón Díaz Sánchez, de Guzmán Blanco)
Guzmán Blanco era inteligente, pero el poder les hace perder el sentido del ridículo y sentirse salvadores, únicos e imprescindibles. Lo mismo ayer que hoy. Ridículo lo que desde París escribía el “Ilustre Americano” a un “general” venezolano: “Como General en Jefe no tengo rival en América, ni aquí mismo en Europa. Estos Mariscales no me dan por la cintura en calidad de Jefe de un ejército”. El entorno servil, sin pudor le celebraba sus humos alucinantes a Guzmán y el pueblo, siempre ingenioso y burlón, llamaba “Adoración Perpetua” a esa corte de adulantes agachados cantando en coro sin fin el “amén, amén, amén”, que los creyentes reservaban para el Santísimo.
Chávez se presentó como novedoso salvador de nuestras lacras del pasado, y ahora muchos seguidores están perplejos al verlo retratado con caudillos, Páez, Monagas, Guzmán, Castro, Gómez, entre otros, que se creyeron insustituibles salvadores de la patria y terminaron mal.
El deseo de perpetuarse no es nada original; los caudillos y dictadores, con sus acólitos, sienten que el poder bien vale una guerra de perpetuación. Cuentan que nuestros caudillos reunidos en su delirio retaron al paludismo sobre quién era capaz de producir más muertes y miserias en Venezuela. Todavía discuten los historiadores quién fue el ganador de esa apuesta.
Cuando los gobernantes se enamoran del poder y sus áulicos adoran sus loqueras, pierden toda sensatez. José Tadeo Monagas a los 84 años salió a ensillar su caballo y limpiar su lanza porque la Patria requería su perpetuación en la presidencia. Poco antes lo había hecho Páez, contra su propia grandeza y méritos anteriores. También Somoza, Franco, Kim Il Sung, Ceaucescu, Stalin, Hitler, Mao, Pinochet, Castro, Trujillo, Duvalier, Mugabe, Stroersner… sintieron que debían perpetuarse para salvar a su país. Algunos de ellos, en su segunda parte, destrozaron lo bueno que pudieron haber hecho en la primera. No importa su ideología, la obsesión de su poder perpetuo se convierte en absoluto y tiraniza.
La necesidad compulsiva y la adicción al mando no es una enfermedad tropical, sino que se da en cualquier latitud en las alturas del poder. En todas las culturas y tiempos los reyes absolutos, faraones, incas y emperadores se consideraban únicos, “hijos de Dios” y reyes “por la gracia de Dios”.
La revolución democrática moderna consistió en quitarles la soberanía para transferirla al conjunto de la sociedad, que elije gobernantes temporales a su servicio, y pone contrapesados y controles constitucionales al poder individual.
Con la reelección indefinida se consagra el derecho a abusar del poder, a jugar fútbol siempre en campo propio, con su público incondicional, con árbitro sumiso, dándole al balón con pies y manos, mientras que los rivales sólo lo pueden hacer con el pie. No se trata de un peligro, sino de la regla universal del abuso del poder político con todo el peso del Estado. ¿No hemos visto cómo nuestro Presidente en campaña abusa de todos los poderes, dineros y medios, recurriendo al chantaje y a la amenaza para ganar? Si la reelección es perpetua el abuso será sin fin.
Jesús de Nazareth conocía el corazón humano y la tendencia de los gobernantes a atribuirse el lugar de Dios: “Saben que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad” (Marcos 10,42) “Entre ustedes no sea así”- nos dice-, sino sean servidores unos de otros.
La historia demuestra (como muy bien nos recuerda Bolívar en Angostura) que los gobernantes que se perpetúan en el poder se vuelven tiranos y que sus “adoradores perpetuos” no tienen la libertad ni la entereza moral para librarlos de su ego y de su borrachera de poder.
Todo Presidente necesita de instituciones, de poderes públicos y de colaboradores libres y honestos que le pongan límites razonables. A falta de ello, la resistencia ciudadana del país, apoyada en la Constitución, con su “No” le ayudará a gobernar mejor en los cuatro años que le quedan y le librará de pasar a la historia como sepulturero de la democracia.
fernandamujica@gmail.com
Todo sobre el columnista: Luis Ugalde de Venezuela Analitica

jueves, 5 de febrero de 2009

La Alborada y el dictador como tabú



Simón Alberto Consalvi

Ido Cipriano Castro para Europa y consumado el golpe de Estado que lo despojó del poder, hubo un paréntesis de suspensos que hizo creer a los venezolanos que, en efecto, había caído una dictadura pendenciera y que se iniciaría una era de buen gobierno. Entre quienes así pensaron estuvieron cinco escritores muy jóvenes que decidieron editar una revista digna del amanecer de los tiempos, y como si quisieran retratar el momento la llamaron La Alborada.
El 31 de enero de 1909, a 65 días apenas del viaje de Castro y 41 del golpe de Estado, Julio Planchart, Henrique Soublette, Julio Horacio Rosales, Salustio González Rincones y Rómulo Gallegos se lanzaron a la gran aventura. Un siglo después, vale la pena dar una mirada a aquel momento de falsas, muy falsas expectativas porque a Castro lo había sustituido un hombre sombrío que llegó para gobernar hasta cuando la muerte puso fin a su absolutismo.
El primer ejemplar trae dos notas editoriales. Una es "Nuestra intención" y la otra se titula, quizás con algún escándalo, "Castro no es el mal".
La infección ha sido general, dicen. No es fácil imaginar que un hombre acostumbrado a medrar a costa de todo se decida a pensar que no se trata de él sino del país, y que no se ha reaccionado (contra Castro) para enriquecerlo a él. Lo que haya que hacerse, o se hace ahora, o no se hará nunca, coinciden los jóvenes con una consigna puesta en boga.
En "Castro no es el mal" se ahonda en el diagnóstico.
Castro, dicen, nos conturba el ánimo y nos obsesiona su recuerdo. "En la prensa con sus epigramas y caricaturas, en los corrillos públicos, en lo más íntimo de las conversaciones familiares, siempre flota con la sutilidad de un íncubo en una mala pesadilla ese recuerdo de pasado bochornoso". Pero con todo, Castro no es sino un accidente en la vida de la nación venezolana. Lo expresan con claridad y advierten los riesgos: "Los hombres no son sino accidentes, el mal está en otra parte, hay que ahondar, excavar con la piqueta del estudio hasta encontrarlo; hallarlo sería el bien supremo; una vez hallado podría aplicársele remedio conveniente. Castro no es el mal en sí, sino la consecuencia.

Fue ineludible, fatal; alguien diría providencial. Mas bien sabemos que ya la Providencia no se mezcla en los destinos de un pueblo. La ley anda arreglándolo todo sin conciencia, ciegamente, pero de manera imprescindible.
(...) ¿Para qué maldecir tanto a un hombre? ¿Para qué maldecir el pasado, si el porvenir, hay que decirlo con toda sinceridad, es oscuro?".
Los escritores de La Alborada no sucumben ante los espejismos; en el horizonte vislumbran nubes que perturban el paisaje y consideran prudente pintarlas con sus propios colores. De que "Castro no es el mal" se encargará de confirmarlo Juan Vicente Gómez cuando termine la luna de miel de 1909-1913 y se afiance en el poder, y ya no habrá más "alboradas" hasta el 17 de diciembre de 1935.
Cuando La Alborada sale a la calle, un mes y tantos días después de la caída de Castro, los barcos de guerra que Gómez había pedido a Estados Unidos todavía están anclados en aguas venezolanas. Fue Gallegos quien tuvo la percepción de lo que significaban y de lo que perseguían aquellos barcos. El delirio anticastrista y también el temor frenético al desterrado quizás contribuyeron a que la mayoría silenciara el episodio. Gallegos escribió: "Harto se ha ponderado el peligro que para las jóvenes nacionalidades suramericanas representa en el Norte el afán conquistador del yanqui, siempre en acecho, atisbando la oportunidad para adueñarse de nuestro territorio en nombre de una protección que no necesitamos, mientras el patriotismo aconseje la muerte como remedio extremo y mucho se ha hablado también de la unión suramericana como único remedio capaz de conjurar el peligro común".
El año de luna de miel de Juan Vicente Gómez, 1909, pronto desnudó la realidad.
La Alborada apenas sobrevivió del 31 de enero al 28 de marzo, cuando fue clausurada por orden superior. Si no estoy errado, fue el debut de la larga censura que predominó en Venezuela hasta 1935. La clausura suscita interrogantes.

En los textos de los jóvenes escritores predominaba lo teórico, no pertenecían al mundo político que jugaba en el ajedrez de la transición, no abogaban por un puesto en el banquete, ¿por qué fue clausurada La Alborada, y clausurada con tanto apremio? ¿Acaso porque uno de ellos acariciara la idea de fundar un partido político, o porque se atrevieron temerariamente a afirmar que "Castro no era el mal? Ninguno de los cinco tenía vínculos con el caudillo derrocado, la revista lo condenaba, al tiempo que advertía, sí, los riegos de que la dictadura o el dictador apenas cambiaran de nombre. Eso fue exactamente lo que sucedió.

El peligro de no saber leer la historia



Germán Carrera DamasMiércoles, Escuela de Historia

Facultad de Humanidades y Educación Uiversidad Central de Venezuela
Leer Historia no sólo es un ejercicio provechoso para quienes lo practican; es también recomendable para quienes no lo hacen. Abundan las recomendaciones a favor de uno y otro caso. No sé si son comparablemente abundantes en sentido adverso, a uno o a ambos casos. Pero leer la historia no es una operación del conocimiento que deje de generar riesgos, e incluso de sembrar acechanzas, todos nada desdeñables.

Por esto último no ha faltado algún espíritu, entre travieso y malévolo, que aconseje ignorar la Historia, se la haya leído o no, porque dicen que puede indigestar el entendimiento, y hasta ofuscar espíritus débiles o desprevenidos.
Entre los riesgos y acechanzas quizás sean los más temibles los que se agazapan tras el precepto- conseja de que la Historia es maestra de la vida. Y quizás esto se deba a que quienes solicitan las enseñanzas de tal maestra ponen sus expectativas más en lo que deben o desean hacer, que en lo que deberían y quizás podrían evitar. Pero hay otros riesgos, entre los cuales ocupan lugar destacado el paralelismo y el continuismo. Crudamente dicho, el primero se manifiesta como un acceso inflacionario de la autoestima, es decir de la más peligrosa demostración del erróneo conocimiento de sí mismo.

Pero, lo que es peor, el continuismo puede manifestarse como la delirante pretensión de proseguir, adelantar y hasta perfeccionar la obra del personaje considerado ejemplar. ¡Si sabremos de esto último los venezolanos, hartos como estamos de los remedos de Simón Bolívar!

Pero todo lo dicho no compensa el riesgo-acechanza mayor; tanto por su condición de ser éste un híbrido de males de suyo temibles, como por su radical efecto deletéreo. Consiste en no dedicársele un poco de reflexión a una característica de la Historia de la que he venido tratando en mis textos más recientes, y esto último ha sido así porque esa caracterización ha resultado de la circunstancia que he expresado, con sospechosa modestia, como “estoy comenzando a comprender la Historia”.

He sostenido que la razón de la Historia no siempre es la razón de la Razón, y que la razón de la Razón está más cerca que la razón de la Historia del poco democrático sentido común, cuya conducta tramposa suele asomar cuando se le saca de su ámbito natural y se le compromete a revelar el sentido y alcance de la Historia.
La razón de la Historia rechaza toda suerte de violencia ejercida con el propósito de forzarla a tomar caminos, no importa hacia donde se pretenda que conduzcan. Si se trata sólo de inducirla a ese efecto, puede ser displicentemente tolerante, para consuelo de los oradores de circunstancia que tienen la fortuna de desplegar su destreza en este momento histórico en que estamos reunidos.

Pero esa misma historia es implacable al hacer llover su furia sobre quienes, ensoberbecidos, desatienden su dictado; y nada le importa que lo hagan por ignorancia, imprudencia o mero desatino. Cualquiera de estas últimas circunstancias será siempre agravante, nunca atenuante, de la falta cometida. Por eso es recomendable LEER la historia, es decir hacerlo con apego y respeto de su razón; no incurriendo en el delito de lesa Historia que consiste en pretender someterla al imperio del acomodaticio sentido común.
Es cierto que las raíces del sentido común no son superficiales; como tampoco lo son las de la Historia. Pero no parece que sea descabellado pensar que las raíces del sentido común con más sensibles a lo personal inmediato que las de la Historia. Ésta se ocupa de esclarecer tal diferencia, comenzando por inducirnos a comprender que nada conduce más a la obnubilación del seso que el empacho de Poder.

Soberanamente benévola, la Historia brinda el elixir preventivo: “Puede afirmarse que la incapacidad para advertir las primeras señales de peligro y conjurar la crisis liquidadora del sistema político que presiden por parte de quienes han ejercido un largo mandato, radica fundamentalmente en la falta de perspectiva histórica [¿de razón histórica?], antes que en la carencia de valor o audacia para afrontar las dificultades. Creadores y usufructuarios del régimen que se ha estabilizado, no advierten como a lo largo del tiempo aparecen y van creciendo y fortaleciéndose nuevas fuerzas sociales y económicas que piden sitio de participación en el ejercicio del poder”…

(Ramón J. Velásquez, “Proyección histórica de la obra d Rómulo Betancourt”.

Betancourt en la historia de Venezuela del Siglo XX. Caracas, Ediciones Centauro, 1980, p. 42.) Mensajes precedentes:

Primer Mensaje histórico: “En defensa de las bases históricas de la conciencia nacional”.

2º Mensaje histórico: “La Larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia”.

3º Mensaje histórico: “Recordar la democracia”.

4º Mensaje histórico: “¿Zonas de tolerancia de la libertad y guetos de la democracia?”.

5º Mensaje histórico: “El ‘punto de quiebre’ ”.

6º Mensaje histórico: “Entre la independencia y la libertad”.

7º Mensaje histórico: “El discurso de la Revolución”.

8º Mensaje histórico: ¿Reanudación de su curso histórico por las sociedades aborígenes? O ¿hacia dónde llevan a Bolivia? 9º Mensaje histórico: Cuando Hugo se bajó del futuro.

10º Mensaje histórico: ¿La historia ha caído en manos de gente limitada e imaginativa?

11º Mensaje histórico: Las falsas salidas del temor.

12º Mensaje histórico: ¿Hacia dónde quiere ir Venezuela?

13º Mensaje histórico: Defender y rescatar la democracia.

14º Mensaje histórico: Sigue la marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia.

15º Mensaje histórico: En el inicio del 2007: un buen momento para intentar comprender.

16º Mensaje histórico: Las historias de Germán Carrera Damas.

17º Mensaje histórico: República liberal democrática vs República liberal autocrática.

18º Mensaje histórico: Sobre los orígenes y los supuestos históricos y doctrinarios del militarismo venezolano.

19º Mensaje histórico: El vano intento de enterrar el Proyecto nacional venezolano.

20º Mensaje histórico: Demoler la República.

21º Mensaje histórico: La reducción civilizadora socialista de las tribus indígenas.

22º Mensaje histórico: Lo que no se puede dar ni quitar.

23º Mensaje histórico, extraordinario: Mis razones para decir No.

24º Mensaje histórico: La nueva política como intento de burlar la historia.

25º Mensaje histórico: Sobre el 23 de Enero de 1958, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela.

26º Mensaje histórico: La presencia activa de Rómulo Betancourt.

27º Mensaje histórico: Librarnos del Siglo XIX.

28º Mensaje histórico: Repetición del 8º Mensaje histórico.

29º Mensaje histórico: “Lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos”.

30º Mensaje histórico: “Los ciudadanos pasivos están en vías de extinción”.

31º Mensaje histórico: “La revancha de Fernando VII”.

32º Mensaje histórico: "Las migraciones no controlables".

33º Mensaje histórico: “El 23-N el régimen militar chocará con el legado de Betancourt”.

34º Mensaje histórico: La Democracia: un asunto de los pueblos.

35º Mensaje histórico: “Mi voz de alerta: !La República está amenazada!

36º Mensaje histórico: …”nada pudre más a una nación“…

37º Mensaje histórico: “El conflictive porvenir de la República”. Nota: Estos mensajes, hasta el número 13, fueron recogidos en un pequeño volumen intitulado Recordar la democracia (Mensajes históricos y otros textos). Caracas, Editorial Ala de Cuervo, 2006.
german.carrera.damas@gmail.com

Bandera venezolana

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Automóviles de los 40

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