miércoles, 8 de abril de 2009

Semana Santa en la colonia


Graciela Schael Martínez

Historia de la Palma Bendita, primeros templos, procesión del Nazareno y el Limonero del Señor, el Cristo de Burgos, la Semana Santa del Obispo y el nombre de las calles, el luto del altar y las imágenes, los pasos o visitas a las iglesias, los estrenos.*

La primera Semana Santa de la Caracas colonial-entonces modestísima aldea con sus chozas de paja y bahareque-tuvo lugar al año siguiente de la fundación de la ciudad.

Flores de los campos adornaron la pajiza ermita situada al noreste de la Plaza Mayor, dedicada al apóstol Santiago, bajo cuya advocación había sido fundada Caracas. También se vieron las silvestres flores en la ermita de San Sebastián (primera construcción religiosa en la ciudad de Caracas) *, un poco más al sur de la Plaza Mayor. Eran éstos los dos únicos dos templos que tenía Caracas. Junto al fervor y la fe de los encomenderos venidos de España se mostró el asombro de los indios ante las desconocidas preces y ceremonias conmemorativas de la pasión y muerte de Cristo. Indígena representación acompaño a los españoles en esos actos y dio su ofrenda de plantas de la montaña avileña, de su Guaraira-Repano.

Desde ella trajeron los indios la palma de cera (ceroxylon andícola) que desde entonces sería llamada palma bendita o palma de ramos.

Luciría en la ceremonia matutina del Domingo de Ramos en las manos de quienes acompañaron la procesión. Después, exornaría las ventanas de las pocas casas y no hubo choza con ventana que no luciera una palma. Presentes indígenas fueron también la pesgua (gaultería adorata), la angelonia (angelonia caracensis) y el maíz, tesoro de los aborígenes. La pesgua y las flores de angelonia cubrieron el rústico piso de los templos y perfumaron con su suave fragancia todos los días de la Semana Santa. Tiernas plantas de maíz se unieron a la manzanilla (camomilla),cultivadas en las huertas de legumbres, y primer aporte exótico del conquistador, para aparecer en la noche del Jueves Santo adornando el altar de los modernísimos templos. En ellos muy cerca de la naturaleza, muy cerca de Dios, se celebró grandiosa y sublime, la primera Semana Santa colonial.

Después, los conquistadores, fieles a la tradición española, conservarían en sus hogares, tras las puertas y ventanas, como protección, la crucecita de palma bendita que sería renovada en la próxima Semana Santa. Y en otros sitios, cuidadosamente envueltas, las flores de manzanilla en cuyas virtudes medicinales confiaban.

Seguiría creciendo lentamente la ciudad, diezmada de vez en cuando en sus habitantes por las peste o fiebres y sementeras vecinas por las plagas de langosta.

Fueron surgiendo nuevos templo. Hacia el norte a corta distancia de la ermita de San Sebastian (llamada de San Mauricio, luego que la de San Mauricio se quemo en el año 1579 y la imagen fue trasladada a la ermita de San Sebastian, donde actualmente se encuentra, corresponde en la actualidad a la Iglesia de Santa Capilla)*, la de San Mauricio (originalmente situada donde actualmente se encuentra el correo de Carmelitas)*.De España o de México vendrían imágenes religiosas: San Mauricio, San Jorge, Santiago, patrones militares de la ciudad

El templo de San Pablo y el Nazareno. **

El año tan remoto como el de mil quinientos ochenta se levantó el templo de San Pablo, el Ermitaño ((actualmente el teatro Municipal)*. Allí se veneraba su imagen; se rendía también culto a Nuestra Señora de la Copacabana. En mil seiscientos setenta y cuatro el Arzobispo de Caracas Fray Antonio González y Acuña, dispuso que el Miércoles Santo fuera perpetuamente dedicado al culto del Nazareno, cuya imagen, desde entonces, en tal día era llevada solemnemente en procesión por las calles. Y ocurrió que para mil seiscientos noventa y seis se desató una epidemia de fiebre amarilla. Fueron dieciséis meses consecutivos durante los cuales la ciudad vío desaparecer sus habitantes a causa del flagelo, siendo ineficaces para contrarrestarlo los recursos científicos de que entonces se disponía. Entristecidos, los caraqueños elevaron ruegos y súplicas a SantaRosalía de Palermo, abogada contra las pestes, y fundaron un templo dedicado a la santa, implorando su protección, pero como la epidemia asolaba la ciudad, decidieron acudir al Nazareno que se veneraba en el templo de San Pablo (actualmente venerado en la iglesia de Santa Teresa)*, considerado extraordinariamente milagroso.

Con la venia de las autoridades eclesiásticas y civiles, el Miercoles Santo sacaron en rogativas al Nazareno por las calles, que en su mayor parte carecían de pavimento, formándose en época de lluvia grandes lodazales que obstaculizaban el paso. Tal aconteció en esa oportunidad, viéndose obligada la procesión, al pasar por la esquina de Miracielos, a desviarse hacia un costado. Uno de los brazos de la cruz tropezó con el ramaje del limonero que asomaba sus dorados frutos por encima de la tapia del corral de una vivienda. Y ocurrió lo que bellamente relata Andrés Eloy Blanco:

“Sobre la frente del Mesías

hubo un rebote de verdor

Y entre sus rizos tembló el oro

amarillo de la sazón.

De lo profundo del cortejo

partió la flecha de una voz:

¡Milagro! Es bálsamo, cristianos,

el limonero del Señor”.

Y la muchedumbre tomó los

frutos “que el cielo enviaba Dios”.

“Y se curaron los pestosos

Bebiendo el ácido licor

Con agua clara de Catuche

Entre oración y oración”.

El Cristo de Burgos

Para mil setecientos cincuenta ya existían los templos de Altagracia y Candelaria, que el 25 de agosto del citado año, así como la iglesia de San Pablo, fueron erigidos en parroquia por Real Cédula expedida en el Buen Retiro. En esa época se habían instalado las jerarquías catedralicias en la antigua ermita de Santiago de León de Caracas, frente a la Plaza Mayor y se había dado a la iglesia mejor edificación. Tenía ya su torre de tres cuerpos.

Estaban, en general, bien construida las iglesias de la ciudad,, considerándose, no obstante a la de Altagracia como la de mejor realización. Desde tiempos remotos se veneraba en ella el Cristo de Burgos, réplica del que existe en España. Se contaban en la colom+nial ciudad sus milagros y se repetía la tradición de su aparición. Un esposo celoso que tenía casi cautiva su mujer, no le permitía recibir en su casa ninguna visita sin que él estuviera presente. Una noche de invierno, en una de sus breves ausencias, un anciano mendigo pidió albergue. Se le hizo pasar a una habitación abandonada, dándosele pan, huevos y una ánfora de vino. Al regresar el dueño de la casa fue informado de lo ocurrido. Protesto iracundo.

-Quiero que lo veas-dijo la esposa, y lo acompaño al sitio donde se encontraba el pordiosero. Al abrir la puerta, sólo hallaron en medio de un vivo resplandor, la imagen de Cristo Crucificado. El Cristo de Burgos se represente anciano. Al pie de la cruz el pan, los huevos y el vino.

Ante el Cristo de Burgos de Altagracia elevó sus preces durante siglos la Caracas colonial y piadosa. Hubo un tiempo en que tubo más devoto que el mismo Nazareno de San Pablo.

La Semana Santa del Obispo

En tiempos del Obispo Díez Madroñero en que se acababa de concluir la fábrica del templo de Candelaria y del templo y convento de la Merced, carecieron de nombres las calles de la ciudad, se las llamaban según los templos en su vecindad o se les daba popularmente el nombre de algún personaje notable que viviese cerca, o el de algún suceso importante ocurrido en ellas.

Decidió el Obispo Díez Madroñero bautizar las calles con nombres que evocaran la vida y pasión de Jesucristo, ello además de poner cada casa bajo la protección de un santo o patrón celestial. Elaboró un plano de la ciudad, que recibieron los Obispos para su realización. Ocurría esto entre mil setecientos sesenta y cinco y mil setecientos sesenta y seis. Desde entonces, y por unos cuantos años, La ciudad ofrecería con los nombres de sus calles permanente evocación de la vida y pasión de Cristo, la cual estuvo representada con los nombres de las calles de Oeste a Este: Prendimiento de Jesucristo, La Agonia, El Perdón, El Testamento, La Muerte y Calvario, E l Descendimiento, El Santo Sepulcro, La Resurrección, La Ascensión, El Juicio Final. (La calle de la Amargura es la única que actualmente conserva su nombre, situada al inicio de la Av San Martin)*

Los pasos

Por remota liturgia en la Semana Santa se vestían de luto no solamente el altar que se cubría con un velo negro, sino que desde el comienzo de la Cuaresma se colocaba un gran velo fúnebre entre el altar y el coro, se cubría con tela negra cada uno de las imágenes y se revestían de negro todos los altares, para así ocultar su esplendor en ese tiempo de luto y penitencia.

Era la Semana Santa la conmemoración de más importancia de todo el año. Seguíale el Jueves de Corpus.

Al alborear el siglo diecinueve tenía Caracas cinco parroquias eclesiásticas: Catedral, Santa Rosalía, San Pablo, Altagracia y La Candelaria (existía también como parroquia la de San Juan Bautista, la cual fue proclamada junto a la de Santa Rosalía en el año 1795)*, además de las iglesias llamadas ermitas por no ser parroquias: San Mauricio, La Trinidad, La Divina Pastora. Desde tiempos remotos existían el Convento y la Iglesia de San Francisco.

Aunque en todos los templos se celebraba con inmensa devoción la semana Santa, cada día correspondía de manera especial a una iglesia; se presentaban los pasos y se establecía una especie de cristiana emulación entre los distintos templos en cuanto a su más hermosa realización.

El Domingo de Ramos era el paso de Jesús en el Huerto en la ermita de la Trinidad. El lunes: Jesús en la Columna, en la Candelaria. El martes: Humildad y paciencia en catedral. El miércoles: Los Nazarenos de San Pablo y Santa Rosalía. El jueves, el Cristo de Burgos, en Altagracia y el Viernes Santo, la Soledad y el Santo Sepulcro en San Francisco.

Todos los caraqueños estrenaban topa en Semana Santa. Se dedicaban a visitar si no todos los pasos al menos cinco de ellos. Era lo tradicional, especialmente en el Jueves Santo. Se iba a pie a todas partes. Las calles se plenaban de gente entregada a piadosa romería. El Jueves y Viernes Santo no se trabajaba. Enmudecían todas las campanas de la ciudad. Eran día de abstinencia y penitencia.

En la primera mitad del siglo diecinueve cayó la Colonia y surgió la República, pero el viejo estilo de existencia, el espíritu colonial en hábitos, tradiciones y costumbres, habría de prolongarse. Durante muchísimos años la Semana Santa continuaría siendo como antaño, tiempo de procesiones en las calles.

Paso en los templos. Época de silencio, de devota tristeza, de oración, penitencia y ejercicio de virtudes.

Tomado del libro de Graciela Schael Martínez “Estampas Caraqueñas”, editado por el Concejo Municipal del Distrito Federal. Caracas 1975 primera edición.

*El índice temático inicial, así como las notas en asterisco no son originales de la autora, estas últimas se agregaron con el fin de orientar mejor al lector en cuanto a la ubicación actual de los templos.

**Ver artículo: El Culto al Nazareno de San Pablo. Tres Leyendas. En la sección Religión del Blog Venezuela de Antaño,viernes 23 de mayo del 2008.

*Gerónimo Alberto Yerena Cabrera.

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1 comentario:

Mi Vida en la Cocina dijo...

Le agradezco el haber publicado este texto que me ha orientado en la búsqueda de los orígenes de la tradición de celebrar la Semana Santa en Venezuela. Actualmente investigo la tradición gastronómica de Semana Santa y lo primero que me preguntó es cuando se inicia la costumbre de celebrar estás fiestas en el país. Saludos cordiales.

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