domingo, 7 de febrero de 2010

"El Mariscal Sucre y los niños de la calle"

Eumenes Fuguet Borregales (*)
El 3 de febrero se conmemora un nuevo aniversario del nacimiento del ilustre cumanés, el general en Jefe Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, "El Caballero de la Historia" y "El prócer mas puro de la independencia americana". Es propicia la oportunidad para recordar que nuestro paisano fue el pionero de la ingeniería militar en Venezuela, el precursor del Derecho Humanitario Internacional, el primero en dictar, el 19 de agosto de 1822, en Quito, un decreto sobre el aseo urbano en América; aplicó, el 9 de enero de 1825, el Principio de Autodeterminación de los Pueblos, muy adelantado para la época. El Libertador lo denominó "El Abel de América", y fue la única persona a quien le escribió, en enero de 1825, una biografía.

Sucre, después de haber realizado exitosamente la Batalla de Ayacucho, "Cumbre de la gloria americana", el 9 de diciembre de 1824, recibió instrucciones de Bolívar para trasladarse hacia el Alto Perú -hoy Bolivia-, actividad que ejecuta a finales de enero de 1825. En esa importante región realizó grandes obras y disposiciones, muy recordadas por sus pobladores agradecidos; dentro de sus múltiples realizaciones se pueden mencionar: la creación de la Universidad de La Paz, la Academia Militar de Chuquisaca (hoy Ciudad Sucre, capital de Bolivia), construcción de caminos y carreteras, sacó los cementerios de las iglesias, construyéndolos cerca de las ciudades; incluyó el inglés, el italiano y la astronomía en los estudios medios; creó hospicios para los indigentes, prohibiendo la mendicidad y responsabilizando al prefecto de la ciudad por tal cumplimiento; igualmente, decretó amnistía general, libertad de cultos y de prensa.

Fundó escuelas de minería, rebajó los impuestos, auspició el aumento de la producción de añil y el desarrollo textilero para aumentar el empleo, protegió las lagunas, fundó un periódico en La Paz, activó varios colegios de minas, reorganizó la Casa de la Moneda, mejoró los hospitales, protegió las ruinas preincaicas de Tiahuanaco, rectificó los planos de la Catedral de La Paz, mejoró el diseño de la Catedral de Chuquisaca. En síntesis, se esmeró en gobernar a todos, para todos y por el bien de todos.

Una faceta poco conocida fue la de su benignidad en la atención de los huérfanos de los valerosos soldados que ofrendaron sus vidas en aras de la emancipación.

Con la finalidad de utilizar los conventos y monasterios para alojar a los niños y las niñas, le escribió al Papa León XII, explicándole su preocupación por los menores abandonados, solicitándole su autorización para atender y resguardar a los huérfanos; la respuesta fue positiva, acompañada de la bendición apostólica. A tal fin utilizó el Convento de San Agustín para los niños y el de Santo Domingo para las niñas, asignándoles 5.000 pesos anuales para su funcionamiento.

Los menores recibían excelente atención referida a alimentación, uniformes, salud, formación moral y vocacional; los varones aprendían oficios de carpintería, agricultura y albañilería; las niñas recibían formación de bordado, cocina y repostería; todos recibían Religión, Dibujo, Pintura y Aritmética. El responsable de la coordinación, supervisión y ejecución era el director de la Enseñanza Pública.

Como hemos observado, la preocupación de Sucre por los niños de la calle lo convierte en un verdadero apóstol de la magnanimidad y de la beneficencia, ejemplo a seguir en beneficio del futuro del país.

El 18 de abril de 1828, en Chuquisaca recibió un alevoso atentado por parte de sus enemigos gratuitos que le fracturó el antebrazo derecho. Era Sucre la continuación de la obra de Bolívar, quien lo denominaba "Mi otro yo".

Sin ambiciones políticas e imposibilitado para ejercer la Presidencia, dejó el poder mediante un mensaje-despedida al Congreso de Bolivia, el cual se leyó el 2 de agosto, donde, entre otras consideraciones, decía:

"Llevo la señal de la ingratitud de los hombres en un brazo, cuando hasta en la guerra de independencia pude salir sano... no he hecho gemir a ningún boliviano, ninguna viuda, ningún huérfano solloza por mi causa... he señalado mi gobierno por la clemencia, la tolerancia y la bondad.

En el término de mi vida veré mis cicatrices y nunca me arrepentiré de llevarlas, cuando me recuerden que para formar a Bolivia preferí el imperio de las leyes a ser el verdugo o tirano, que llevará siempre una espada pendiente sobre la cabeza de sus ciudadanos".

Recordemos que el lápiz con que se escribe la historia no tiene borrador.


Historia y Tradición

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